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El expresionismo de Kirchner

A Kirchner le gusta pelear, su espíritu bílico probablemente provenga de su paso juvenil por las trincheras; incluso se retrata a sí mismo como recluta; por eso, en lugar de hacer del suyo un arte de lo posible, lo explota como un simbólico campo de batalla, tergiversa la realidad, intenta crearla o recrearla a su antojo, sin respeto a límites íticos ni estíticos.
Mantiene este modo intolerante a lo largo de los años. Analiza, descompone, sintetiza. Lucha a fondo para transformar el mundo y las cosas naturales en simplificaciones radicales, incluso llevarlas, a veces, a reducciones despiadadas. Revela un indisimulado placer en reducir a los demás. Tal como lo califican los críticos: un simplificador bestial (o una bestia simplista, en estado puro). Es lo que patentizan las cílebres pintadas K, con diversos efectos sociales: algunos experimentan un goce estítico casi orgásmico por todo lo que hace (o deshace), muchos no entienden de quí se trata y adónde quiere llegar, otros tantos quedan absortos en la simple contemplación, pero evitan pronunciarse por temor.

Kirchner se burla con distorsiones grotescas de la supuesta artificialidad de la clase media, de la sociedad acomodada, de los sectores instruidos y, en suma, de los que piensan distinto, insultando la inteligencia de todos ellos con una vehemencia patítica en toda su obra. Fiel a su reflejo, no puede dejar de pintar un mundo tuerto y hostil, con una proclama política oxidada. Quiere dar testimonio social, pero termina difuminando la libertad con claroscuros que confunden.

No cabe dudas de que K es esencialmente violento en sus pinceladas y figuras: sus arranques maníacos, sus gestos adustos, la manera avasallante de tratar, destratar o retratar a los semejantes, su mirada febril y perspicaz, su afición a la pueril arbitrariedad, sus desvaríos ideológicos, su tono avasallante, están a la vista en toda su obra. No es que pinte con pasión, sino que arremete con ferocidad sin compasión.

Es evidente que le fascinan las distorsiones compositivas, las adulteraciones avinagradas, exaltando la máxima expresión de sus estados alterados, como prototipo de artista loco. Mantiene un esquema de pensamiento bastante elemental, construido a partir de una lógica binaria: amigos-enemigos (buenos y malos), el cielo y el infierno, el día y la noche. Todo o nada.

Sus pinceladas gruesas trasuntan oscuros rencores con idearios despóticos, que parecen tener origen en una inestabilidad emocional que lo atormenta desde joven. Se pueden ver figuras amenazantes, dudosas, inverosímiles. Sostiene en su trabajo cotidiano un antiacademicismo hoy poco inteligible. Su fútil enfrentamiento con el establishment crea una escuela con seguidores cuasi fanáticos, que conduce a promover una profunda crisis coyuntural.

Algunos ven en íl un cuadro virtuoso, un aguerrido protagonista de su ípoca, el máximo expresionista: expresa una percepción de la vida de una joven generación que niega la estructura sociopolítica de su tiempo. Ansía revolucionar, pero se queda revolviendo. Pretende subvertir un presunto orden injusto, pero se termina consagrando como un subversivo de boceto. Por ello, muchos que no asimilan su supuesto trazo irracional, reclaman rajarlo, como iconoclastas, o patear sus coloridos lienzos.

Que Kirchner no es pro, está claro. Ante todo es sustancial y primariamente anti. Anti-todo, y contra todos. Tanto como ejecutante o como autor intelectual, toda su obra denota una tenaz obsesión por romper el statu quo imperante. Ergo, un obsesivo rompedor operante.

¿Cuánta tela le queda? No mucha: a medida que pasa el tiempo, su trabajo se hace cada vez más abstracto. Intenta resolver ciertas cuestiones teóricas, que tal vez a muy pocos les importen. Ya en sus postrimerías, comienzan a considerarlo un hacedor degenerado, y debe rendir cuentas en la justicia. Le quitan la nacionalidad (para que no avergüence a sus compatriotas), y le confiscan casi todo lo que acumuló, que no es poco: 18 mil pinturas.

Queda preso de una desconfianza enfermiza. Encerrado en su despojada soledad, se acentúan sus alucinaciones de persecuciones. Ya más temeroso que temerario, ya sin pinceles que blandir contra el mundo, Ernst Ludwig Kirchner se termina suicidando una radiante mañana del 15 de junio de 1938. Lo despiden con sobriedad, sin la marchita fúnebre. Nos deja una obra extraordinariamente lúgubre y apocalíptica.

Fuente: www.zonanortediario.com.ar

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