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Carta abierta al opositor

Con sólo lograr esta transmutación de lo irreconciliable en armonioso, la "Republiqueta”, que según el laureado pensador Marcos Aguinis es hoy nuestra Argentina, dejaría atrás la “infame traición a la Patria”.
Gran razón tiene el radiante narrador Marcos Aguinis cuando dice que el electorado elige tanto al gobierno cuanto a la oposición. Y –no menos– cuando evita la vena humorística y se decide a decir con seriedad lo que piensa. La oposición que tiene la Argentina es tan merecida como el gobierno que eligió, y ante los riscos filosos de la vida cotidiana no hay espacio para que la chacota no se desgarre y se transforme en un chiste hecho jirones. Allí terminan mis coincidencias con el artículo del incansable “viajero de diversas profesiones” como la literatura, la medicina, el psicoanálisis, el arte y la historia.

Sin privarse de ceder a la tentación de desafiar a las próximas elecciones legislativas para que sean una “bisagra histórica” (es el modo como un presente marchito suele llamar al evento institucional del que espera que resuelva sus pulsiones subjetivas), exhorta a la oposición a transformarse en una opción fuerte, confiable y creativa. Para quien fuera designado Caballero de las Letras y las Artes por Francia, los opositores tienen la obligación –en esta circunstancia excepcional– “…de unirse para recuperar una República Representativa y Federal”.

Tan excepcional es esta circunstancia para Aguinis, quien da hoy por perdida esa forma de gobierno, que cree posible que por el solo hecho de hacinarse para enfrentar al gobierno que fue votado por el 46% del electorado –y que íl ridiculiza seguramente en más del 46% de su “Carta”–, conceptos tales como “un Estado al servicio de los dueños de la Argentina”, “el Pacto Moral como vector para mejorar el sistema inmunológico de la República”, “cuando uno está arriba debe aprender a dialogar porque cuando vas cayendo nadie quiere siquiera saludarte”, y el eminente “hay tiempos para la protesta y tiempos para la propuesta”, por citar sólo unos pocos, podrían imbricarse hasta conformar un mensaje macizo como una porra que golpee al oficialismo, autor de “innumerables trastadas” según la mirada aguiniana.

Con sólo lograr esta transmutación de lo irreconciliable en armonioso, la “republiqueta” que según el laureado pensador es hoy nuestra Argentina, dejaría atrás la “infame traición a la patria” que no cesa de cometer el gobierno nacional y rendiría a sus plantas el león de las pretendidas fauces nacionales y populares.

Por mi parte, con sumo respeto y conciencia de las distancias relativas que existen entre Marcos Aguinis y yo, tambiín quisiera dirigir una carta al opositor –la “oposición” se me presenta tan ajena e impracticable como una de las tareas de Hírcules–, porque las palabras son actos, porque hasta donde entiendo no se trata de un texto de ficción sino de opinión, y porque desde que nació nuestro país hemos visto la película que propone Aguinis, en la versión bizarra de varios directores. “Opositores argentinos, uníos; última oportunidad”, podría haber sido el título de la “Carta”, salvo que no es la primera vez que lo hacen, ni será esta la última tentación. Parecidos de familia.

Tal vez allí resida, si se piensa en profundidad, el verdadero mal nacional crónico, no contraído hace apenas unos años: el viraje sin contemplaciones y la terca discontinuidad.

Pasemos sin mayores comentarios la afirmación arrojadiza de Aguinis en el sentido de que la presidente Cristina Fernández, como dijera ese demócrata que fue Ricardo Balbín de Isabel, debe continuar en su puesto hasta diciembre de 2011 “…aunque sea con muletas”, aunque no más sea por lo mucho que evoca la frase de Nicolás Maquiavelo “…las armas se deben reservar para el último lugar, donde y cuando los otros medios no basten”. Ni le habían pedido tanto a Aguinis, ni era necesario llegar tan lejos.

La política de lo real es brutal y confusa. Por eso Alain Badiou distingue entre “lo político” y “la política”, asignando la primera categoría para cuestiones vinculadas con la legitimación de la soberanía, el libre juicio y el intercambio de opiniones dentro de la esfera pública, y reservándose la segunda para su propia empresa intelectual. Aguinis, entonces, habla de “lo político”. La política de lo real, “lo político”, acontece entre estridencias y furias porque afecta intereses, siempre enredado por la lucha por el predominio de los propietarios. La oxigenación de la Corte Suprema de Justicia, la baja de los índices de desocupación, los años de crecimiento, la reducción de la pobreza, la disciplina fiscal, el superávit en la balanza comercial, la práctica de la construcción cotidiana del “nunca más”, la reducción del endeudamiento, el aumento de las reservas, los sucesivos ajustes en los ingresos mínimos de los jubilados no fueron hechos de la naturaleza, sino en cada caso decisiones tomadas en medio de intereses enfrentados, privilegios establecidos, insultos riogallegófobos y maldiciones gitanas. Se trató de opciones políticas tan costosas como acertadas si se mira a los argentinos en su conjunto, y es injusto acopiarlas en la carbonera con el rótulo de providencias “erráticas o testarudas”, como lo hace con prosa enconada el hipnótico autor de La cruz invertida. “La política existe, simplemente, porque ningún orden social se basa en la naturaleza y porque ninguna ley divina regula la sociedad humana.”

La responsabilidad sobre lo político consiste en tratar de anudar lo que hay de positivo en lo que nos precede con nuestra visión colectiva de las necesidades del presente, y con el activo que habremos de dejar a quienes nos sucedan. Cuando Bonaparte, tras la revolución, al acceder al poder, dijo: “Asumirí la responsabilidad de todo lo que Francia ha hecho, desde los tiempos de San Luis a los del Comití de Salud Pública”, según Hannah Arendt se limitó a manifestar con ínfasis una de las características básicas de la vida política. Si lo antes expuesto no queda claro, el país corre el riesgo de volver a creer que “estamos mal pero vamos bien”, que hace una dícada y media fue paradigma de la teoría económica del derrame, y que hoy podría serlo de la teoría política del rejunte.

Para quienes frecuentan la escena internacional, hay frases que lo dicen todo respecto del futuro inmediato. “Continuaremos enfrentando días difíciles” (Barack Obama). “No tenemos un sistema regulatorio internacional que vamos a necesitar en el futuro” (Gordon Brown). “La actual crisis económica puede marcar la muerte del dólar como moneda internacional de reserva” (George Soros). Para quienes trotan por las extensiones de nuestro país, hay expresiones similares. Los recursos no alcanzan para la educación, ni para la seguridad, ni para que se aceleren los juicios sobre derechos humanos, penales, laborales, previsionales y civiles. No es suficiente para la Mesa de Enlace, para las capas medias urbanas informadas y para el sector de las estaciones de servicio.
La manta corta tiende a parecerse más a una bufanda que a un edredón de plumas. Si la política es el arte de lo posible, el arte de gobernar es saber optar en beneficio de las mayorías. La defensa del rol del Estado en la economía que lleva adelante entre otros el presidente norteamericano Obama significa, precisamente, gobernabilidad.

En los tiempos que se avecinan van a faltar muchas cosas, pero hay algo que no puede ni debe faltar: la posibilidad de gestionar. Esa será la clave de bóveda para que podamos cruzar la aridez sin pagar más precio que el inevitable, particularmente los más desamparados. Cuando Aguinis, con una prosa donde resuenan 50 años más tarde los estampidos severos del rencor de clase del decreto-Ley Nº 4161/56 de la “Revolución Libertadora” (“…visto el decreto 3855/55 por el cual se disuelve el Partido Peronista en sus dos ramas, en virtud de su desempeño y vocación liberticida”), le adjudica al oficialismo “censura” y “odio” en dosis pantagruílicas, podrá estar favoreciendo su propia vida anímica, pero lo que propone desfavorece la gobernabilidad sin la cual todo trayecto será más espinoso. Los argentinos deberíamos tener ya aprendida esta sencilla lección.

Hay sujeto (individual o social) solamente si hay un proceso de fidelidad, respecto de valores, de orientaciones de gestión, de marcas que determinados acontecimientos históricos imprimieron en uno o en el otro. Y como ha escrito Oliver Marchant, la fidelidad es por cierto siempre opcional y jamás necesaria. Ciertas fraguas hacen hombres para quienes la política como posibilidad de lo imposible es preferida a la política como administración de lo necesario. Algunos logran, a veces, administrar lo necesario sin dejar de esforzarse por vislumbrar, al menos, lo actualmente imposible. Puedo citar a Martín Sabbattella, a Adrián Pírez, a Margarita Stolbizer, a Víctor De Gennaro, a Gabriel Mariotto. Por su fidelidad a los acontecimientos que los marcaron, saben que si la solución fuera tan simple como alzar un montón de ambiciones diversas y dispersas, más dichosa sería esta patria.

No siempre que se juntan la Biblia con el calefón acaece la poesía plebeya y la misa de mercado de “Cambalache”, tango de Enrique Santos Discípolo. Lo que acaece, por lo general, es precisamente eso: un cambalache.

Fuente: www.zonanortediario.com.ar

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